viernes, 18 de abril de 2014

4° PISO, D

de José Lombardo

El edificio, como muchos otros en la ciudad, se elevaba varios metros con una innumerable cantidad de departamentos internos, extensos pasillos e interminables escaleras. Un hermoso y extenso espejo decoraba la entrada del mismo y los ascensores seguían siendo aquellas rechinantes máquinas, con una débil iluminación y doble enrejado de metal.
Él estaba afuera, detrás de la gran puerta vidriada y con detalles en bronce, con una gran mochila cargada de libros y todavía subido a su vieja bicicleta. Luego de tocar tres veces el timbre del tercer piso, departamento D, esperó ansiosamente que le abrieran. Escuchó el traqueteo del mecanismo del ascensor deteniéndose y vió como Anita salía de este, jugando con el llavero. Con una gran sonrisa y cariñoso abrazo se saludaron. Mientras llevaban la bicicleta hasta el final del pasillo, él se quedó atónito cual chico curioso ante el infinito espejo; luego de dejarla subieron nuevamente al ascensor. La azulada luz titilaba levemente, se cerraron las puertas metálicas y presionó el botón del cuarto piso.
Este otro pasillo era más sencillo y angosto, con una escalera sobre la derecha que subía hacia la penumbra del piso superior. Entraron a través de la puerta de madera con una letra D en bronce sobre ella. Un intenso olor a salsa invadió el monótono pasillo que quedó atrás luego de que cerraran la puerta. La hermana de Anita, salió a saludar desde la cocina sosteniendo una cuchara de madera en su mano derecha. Él dejó su mochila sobre el sillón y se dejó caer por el cansancio sobre una silla de madera.
Después de charlas y risas típicas del encuentro, se dispuso la mesa para la cena. Llegó una gran fuente de humeantes fideos, con una  salsa boloñesa  con pollo y jamón que engordaba con solo mirarla. Mientras comían y continuaban la charla, él se detuvo un momento, extrañado por una extensa mancha de humedad que había en el cielo raso; esta iba en línea recta de punta a punta del departamento, pero luego volvió a la conversación sin darle mayor importancia a aquel detalle.
Ya con el estómago lleno, se sentaron en el reconfortante sillón negro de la sala para poder ver una película antes de terminar la noche. Anita se acomodó con los pies subidos al sillón y la cabeza apoyada sobre él, mientras que su hermana se fue directamente a dormir por un fuerte dolor de cabeza que tenía.
La película transcurría normalmente manteniendo a los dos jóvenes concentrados en la pantalla, encerrados en la oscuridad de la habitación. Hasta que un ruido les llamó la atención. La película se detuvo por si sola y del piso superior se escuchó claramente el correteo de dos pies pequeños que fueron hacia el fondo del departamento y nuevamente a la entrada, en una línea perfectamente recta. Él bajó la mirada y se cruzó con la de ella, quien, con la expresión de alguien acostumbrado al suceso, le dijo “En el piso de arriba no vive nadie”, lo cual le hizo palidecer recordando aquella mancha de humedad que había visto anteriormente.
Continuaron normalmente sin ningún otro ruido que los interrumpiera, pero él siguió tensionado, con muchas preguntas rondándole la cabeza y repitiéndose una y otra vez aquella frase “…no vive nadie”.
Luego de terminar la película, ya con el cansancio pesando sobre los ojos de ambos, decidieron que era momento de despedirse. Salieron nuevamente al pasillo, que albergaba una profunda oscuridad y ahora parecía haberse hinchado, crecido en tamaño. Mientras escuchaban el ruido del ascensor subiendo, él se detuvo a mirar la escalera que llevaba al piso superior, temiendo lo que podría haber al final de ella. Se abrieron las puertas, las luces azuladas volvieron a titilar amenazantes y pulsó el botón que los llevaría a la planta baja.
Al llegar, él fue a buscar la bicicleta caminando cada vez más pesadamente. La desató mirándola con desconfianza, extrañado, como si algo estuviera fuera de lugar o como si fuera otra bicicleta, diferente de la que había dejado esa misma tarde. Recorrió devuelta el pasillo, con Anita esperándolo al lado de la puerta. Pasó por delante de aquel espejo, sintiendo un fuerte escalofrío recorriéndole el cuerpo y no pudiendo resistirse a mirarlo. Se vió a si mismo sosteniendo lo que era su vieja bicicleta y cargando su pesada mochila, pero su rostro parecía más pálido, cansado, envejecido; sus ojos estaban hundidos y su mano derecha temblaba rápidamente. Se detuvo y se concentró en mirar en el espejo, sintió como si algo que no se reflejaba lo estuviera acompañando. Otra vez resonó en su cabeza aquél suspiro “En el piso de arriba no vive nadie”. Sacudió la cabeza queriendo sacarse aquella imagen y siguió caminando. Se despidió nuevamente de Anita, salió a la solitaria vereda y montó lo que todavía le costaba creer que era su bicicleta, saludando mientras se alejaba por la nocturna calle de la ciudad.

Anita volvió a su departamento y se recostó en la cama siguiente a la de su hermana, quien dormía profundamente. No sería hasta la mañana siguiente que se enterarían que en la cuadra siguiente a la de su edificio había ocurrido un trágico accidente automovilístico y que un joven que montaba una vieja bicicleta, cargando una gran mochila con varios libros, había muerto en el acto.

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