de Mariela Anastasio
1) “Locuela:
designa el flujo de palabras a través
del cual, el sujeto argumenta incansablemente en su cabeza los efectos de una
herida o las consecuencias de una conducta: forma enfática del “discursear”
amoroso.”
2) “¿Por qué?: Al mismo tiempo que se pregunta obsesivamente por qué no es amado, el sujeto amoroso vive en la creencia de que en realidad el objeto amado, lo ama, pero no se lo dice”
(En la Locuela , nada impide la
repetición)
1)
LOCUELA
A ver… voy a pensar otra vez. ¿Qué es lo que
le pudo haber molestado? La llamé. Ibamos a vernos, me dijo que sí, que nos
íbamos a ver. Me dijo: “te mando un
mensaje”. Eso fue el jueves. El día que nos íbamos a ver era el sábado, y me
dijo el jueves: “yo te mando un mensaje”. Bueno, ese día no lo hizo. Tampoco
que nos íbamos a escribir el mismo jueves si ese día era que habíamos hablado.
Está bien, eso es como pegajoso. Está bien, mejor no ahogar desde el principio.
Por suerte el viernes tenía un montón de trabajo. Fui a la oficina, casi no me
acordé de ella y tampoco tuve tiempo de andar revisando la casilla ni el
celular. Cuando salí, al mediodía, miré el teléfono y nada. Nada más tenía un
mensaje de Movistar. Más tarde escribió Manuel para invitarme el sábado a una
exposición de fotografía en no sé qué salón cultural. Le dije que no podía, que
me iba a encontrar con Verónica y él sólo respondió “¿Verónica?” entre signos de pregunta y varios de
admiración, que en ese momento no entendí qué podían significar. No le
contesté. No aguanté y le escribí a Verónica. Tal vez haya sido ese el primer
error. Si ella me dijo: “te mando un mensaje”,
era ella entonces la que tenía que abrir el diálogo. ¿Por qué le escribí
yo primero? Fui impulsivo. En ese momento lo dudé, pero una vez más fuerte que
yo me dijo: “¿Qué problema hay? Ya quedaron en verse. A las minas les gusta que
vayas de frente”, y por eso me animé, me parece. Aunque inmediatamente después
de apretar “Enviar”, ya me había arrepentido. Pasaron los minutos y Verónica no
contestó. Me quedé con el celular en la mano, como un estúpido, mirando la
nada. A la pantallita, y a la nada. La vista se me perdía en cualquier cosa
idiota. Me sentí terrible. Creo que
estuve así por una hora. Decidí salir a correr y dejar el teléfono en la casa,
así no tenía que mirarlo a cada rato. ¡Pero qué pelotudo me estaba volviendo!
¡Con los quilombos que tengo en mi vida y a mi edad, lo único que hacía era
mortificarme por la no respuesta de un mensaje! Bueno… en realidad era más que
eso. Era una oportunidad que esperaba desde hacía meses y que por algún motivo
–todavía no entiendo cuál- se arruinó.
Correr me alivió. Le di varias vueltas al
parque. Para las 7 ya estaba muy cansado y otra vez en casa. Cuando llegué dejé
las llaves al lado del teléfono. Para controlar mi ansiedad, decidí no mirarlo
y hacerlo recién después de la ducha. Seguro ya estaba allí la respuesta y como
otras veces era probable que fuera a odiarme más tarde por haberme perdido en
un estado de ánimo fastidioso y femenino. Reflexioné algo sobre eso, y anoté
algunas frases en un cuaderno, para llevar después el martes a terapia.
Entonces sí agarré el teléfono: nada. En un acto incomprensible lo revoleé
contra la pared. Ok, esto ya se estaba poniendo espeso y mi angustia sólo podía
hablarme de lo enganchado que ya estaba con ella. Como un idiota, como si fuera
el novio al que hay que darle explicaciones, le volví a escribir, esta vez un
mensaje un poco desubicado y ahí sí la cagué del todo. Tampoco lo contestó y
entonces me fui a acostar temprano, y patético me quedé mirando tenis hasta no
sé qué hora de la madrugada.
Me desperté a las 9 con un sonido
imperceptible que anunciaba la llegada de un mensaje. Corrí hasta el comedor,
el teléfono todavía había quedado en el suelo pero por suerte no se había roto.
Un mensaje fatal de Verónica me decía que “no iba a poder”.
¿Qué había pasado entre el jueves y el
sábado? ¿Qué había pasado que me dijo que sí, y después fue no? Y no, y no, no,
no.
¿Qué pasó?
Locuela
Estoy enfermo. Este infierno que
es mi cabeza
Estoy enfermo.
Ella está en este mundo para
hacerme mal. Yo me hago mal el mundo ella
Ella y sus ojos ahora muertos
ahora vacíos para mí
Su mirada gélida
Monstruosidad
En el orden de lo insoportable.
En el orden de lo siniestro.
En la más absoluta oscuridad.
Absurdidad esta de vivir en este
mundo sin ella si no está ella SI NO ESTÁ
O con ella en este mundo fuera
de mi mundo
¿Cómo puede ella ser en el mundo
si no habita el mío?
Solo, solo, soledad.
Solo. Conmigo. Ahogándome en un
mar de pensamientos sombríos que me acosan
me desnudan me torturan me
socavan
ya no soy yo
ya no tengo control sobre mí
sobre mi corazón
la pena me
habita
adonde antes había amor, ahora hay
todo pena
yo despechado
despedazado
desplazado
ella en este mundo sin mí,
sobreviviendo
sin mí
y a pesar mío
y yo
y yo
yo enfermo, pobrecito
tengo fiebre
en mi cine sólo una película
sólo una escena, una imagen que
vuelve repetida
y cada vez más violenta:
Ella con él.
Ella con él.
Ella sin mí.
Yo sin ella en esa escena
Yo sin ella en las cenas,
en las noches, las mañanas.
Yo espectador
sufriente en mi butaca
me deshago
me desarmo
me enveneno mirando lo que no
tengo que mirar
lo que no tengo que mirar, a
vos, a ella
Voyeur. No te han invitado.
Voyeur.
Yo afuera.
Afuera de su vida.
Expulsado.
Para siempre de la escena
expulsado
de su corazón.
Y en el mío, tanta pena.
Qué rabia.
Perdedor.
He perdido.
La he perdido.
Y a mí.
¿Quién me salva? ¿Quién me
rescata?
La he perdido.
Estoy fuera.
Aniquilado.
3) “¡Qué azul era
el cielo!: La figura remite al tiempo feliz que siguió inmediatamente al primer rapto, antes que
nacieran las dificultades de la relación amorosa ”
¡Qué azul era el cielo, y ahora se puso tan
negro! Tan tormentoso, tan tempestivo.
O son mis ojos.
Si camino por la calle, y el cielo es azul, y
el sol sale: yo no puedo más que entristecerme. No es para mí, me digo. Ese sol
no me acaricia. Es para los enamorados. Es para los que hechizados en esa magia
perversa, ven todo distorsionado. Los árboles les parecen bellos, hasta las
veredas, la lluvia, los perros.
A mí me parecen: árboles, veredas, perros.
El cielo era azul antes cuando su brazo
rodeaba mi cintura, cuando lo sabía parte de este mundo, cuando nos cobijaba el
mismo universo.
¡Y las estrellas! ¡Qué bellas me parecían
entonces las noches! ¡Las de luna clara, o las oscuras! ¡Las de verano, las del
invierno!
Ahora todas las noches son iguales. Le siguen
al día, aparecen cuando se acuesta el sol. Traen malos sueños o pesadillas. A
veces, recuerdos y siempre melancolía. Dos lunas me acechan. El fin del mundo,
cuando aparece la melancolía…
¿Cuánto dura el amor?
Sólo un rato, unos días. Es idílico. Lo
transforma todo. Nos vuelve estúpidos. Nos envenena, nos inyecta del más cruel
veneno y nos deja débiles.
Al principio, siempre nos muestra su parte
buena. Los efectos duran poco. Pronto nos damos cuenta del engaño. Una luz
blanca muestra el verdadero rostro, y aparecen las imperfecciones, las grietas.
No nos sirven los anteojos, nada lo atempera. Se vuelve hostil y nos lastima,
nos hiere grave, nos aliena.
Cito a Becquet… -¡oh, cómo no citarlo!- “El
amor es un rayo de luna”… y un verso más: “Es tan corto el amor y tan largo el
olvido! Ah… esto da asco. Lo obsceno del amor. Las palabras borrachas. ¡Cómo
cae uno en el abismo más negro, y se pone bobo, y blasfema! No puede más que
ponerse en ridículo, lastimoso payaso. Lo sabemos, pero aún no hay escapatoria:
nos ponemos el traje patético, y sin querer se nos escapa de la boca, la
palabra “amor”. Estamos sonados, qué vergüenza.
¿Para qué negarlo? El amor nos expone. Abro
mi corazón y lo arrojo a las ratas. Coman de las sobras, devoren las ruinas. Me
he vaciado.
Si me han herido… rengueo, soy un estropajo.
Vean el fenómeno. Yo tenía otra cara, era distinta. La pena me ha modelado.
Apenas si me atrevo a reconocer qué feliz fui
aquellos míseros días. ¡Cómo borrar de la memoria alucinación tan poderosa! En
el delgado fuego que queda, se calcinan aquellos breves recuerdos… ¿cuántas
horas fueron? ¿Cien? ¿veinte? Bastaron para hacer esta nada de mí.
¡Es tan corto el amor y tan largo el olvido!
Que la vida se vuelve absurda. Un repetir idealizando aquello que apenas fue.
¡Era tan azul el cielo y ahora es tan negro!
Que sumida en la noche, no puedo más que extrañarlo,
que desear que claree,
que anhelar que se borre,
que sanar las heridas para curarme
y volver, otra vez,
a caer en la trampa.