Ahora el tanque de agua chorrea, rebalsado. Caen goterones
obesos sobre la chapa y ofrecen una lluvia de una virtualidad insoportable, un
pulso irregular, de tono bajo, con la percusión de lo primitivo: la fibrilación
auricular del patio del universo, la arritmia trágica de todo esto.
Porque acá, pendejita rebeldona, el problema no sos vos ni
soy yo, ni es toda esta tribuna de caníbales romanos; el problema es el tiempo.
A mi no me duelen tus palabras puntiagudas, me duele lo otro, los silencios,
esos vacíos erizados cuando callás y me mirás profundo, como si me miraras el
occipital a través de la cabeza, con las cejas tensas y la boca relajada, medio
escorada a la izquierda, y me devorás la existencia. Vos no querés verlo, pero
la guerra es contra el tiempo y tiene las formas de un combate marcial: el arte
de la no espada que sí corta. Es como el reverso del “no future” punk: no es
que no haya futuro, lo hay, pero se nos escapa entre los dedos entumecidos del
frío posthumanista.
Porque hoy es domingo, mi entrañable claroscura, hace unas
horas las luces están apagadas pero recién ahora empezás con tus pataletas de
ensoñación, con tu inconciente que por algún misterio todavía me busca
arqueando la espalda y poniéndome el culo en la pelvis, me agarrás las manos y
las atás a tus tetas –¡vos, de la libertad desamarrada!-, te encorvás y
contraés y nunca suspendés esa respiración rápida, manija de un día que nunca
termina y que me aterra. Entonces sostengo un poco más este horror que es la
vigilia, mientras comenzás a dormir y nuestras pieles no producen todavía ese
gel viscoso que chorrea y asquea las sábanas. Pero sí está tu olor y tus pies
cada vez más cálidos, y esos fotorrenglones que se forman en la pared de tu
cuarto de soltera, por la luz que viene del farol de la avenida y se entromete
por las hendijas de tu persiana siempre semiabierta, siempre semidespierta.
Esos fotorrenglones metaforean mucho de lo que somos. Hay
algo de claroscuro en todo esto, de oscuridad amordazando la luz hasta darle
forma. Y no es la oscuridad pasiva de la física, es una oscuridad activa,
perenne, una oscuridad animosa y metafísica.
Y vos dormís, respirás raro. Y tu inspiración me inspira…
¿no puede ser todo ficción eso del sentido de lo orgánico, no? Vos siempre me
tratás de exagerado y yo te juro que hago esfuerzos enormes por no develar mi
condición trágica, mi constante discurrir poético en los minutos y rincones
infectados de los días.
Siento, y esto puedo escribirlo mientras estés dormida, que
nada malo puede pasarnos, que estando solos y en silencio, cuando la ciudad se
fue a dormir con todas sus deudas y sus faltas, cuando el tiempo no puede
exigirnos más nada, aparece esta sensación íntima: una suerte de horizonte de
sucesos –esos hechos que no puede manchar el observador- lugares, cositas y
momentos que se cuidan de nosotros y que se mantienen al resguardo de todos
nuestros dardos, de toda nuestra mierda, de todo nuestro proxenetismo
dialéctico y de todos nuestros falsos augurios.
Y de todo nuestro miedo.
¡Vamos! que el día dura mucho, mucho muchísimo, y es un
muchísimo que a las tareas de mi agenda le sabe a poco, a poco muchísimo, pero
vamos, porque vamos tachando, y siempre una más, porque el consorcio soviet no
nos deja decir una menos, siempre una más, de mucho durísimo, de pedalear
rápido de Betty a la reunión y de la reunión a la bolsa, con los zapatos
menísimos por poco y por muchísimo para cada acto de hoy, pero vamos, porque a
la noche unos fideos con una salsita, muchos fideos y una pizca de bicarbonato para
la acidez tachada de tanta agenda y tanto tan mucho consorcio tan poco
soviet, de tanto fideo wannabé.
Y llega la noche, y llegan los fideos, y llega lo poco y lo
mucho, ¡alimento por fin!, para esa masa muy poco durísima que dice CEREBRO, en
negro y tachado por Betty, pero… si es el cerebro el que me trae todos estos
problemas de rápido bicarbonato reunido, de tan poco y tan mucho hopetobé,
entonces: los fideos al perro, tan poco y tan rápido.
Soy una mierda.
El perro no merece los venenos que yo esquivo, entonces por
rápido y por duro, le aplasto la panza, y vomitá hijodeputa, vomitá que te voy
a salvar de esos fideos de lento wannabé, y entonces vomita y se lo come, y lo
pateo y me muerde, y lo dejo morderme porque claro, qué me tengo que meter yo
en la naturaleza sabia, del perro –y de Betty-, entonces llamo a Betty y le
digo que me equivoqué, que venga rápido, mucho muchísimo, a comerse el vómito
del perro, que queda poco.
Y viene betty y ya no queda, entonces le pateo la panza a
Betty, porque <<Jaime el perro tiene sed y no hay naranja, pero la bilis de Betty le va a encantar>>, y Betty vomita, y
el perro se lo come y ¡se come a Betty!
Entonces me doy cuenta de que en algo fallé, le pego al
perro, vomitá hijo de puta wannabé, sarna carbonatada de los soviets por el
consorcio del fideo, vomitá, y vomita, y tengo que cortar esto que ya se fue de
mambo y el consorcio me mira mal, entonces me como al perro, limpio el vomito y
ahora sí, por mucho y por muy lento, me puedo ir a dormir.
-Cuidado Betty, no te vayas a caer.
-Ah! Si me caigo te tengo a vos para que me levantes. Tomá!
Transferencia masiva. Sin iva.
Si supieras, Betty.
Si vieras esas mañanas en que me miro al espejo y en lugar
de verme encuentro un rostro familiar pero distante, de procedencia ponzoñosa y
espeluznante. Si vieras, Bety, ese espejo ahora lleno de letras que no dicen
nada, pero tapan mi horror lo suficiente.
O si me espiaras, en esos atardeceres en que los timbres y
los ringtones me apuntan como alarmas que advierten algo terrible e inminente
que sigo sin aprender, me persiguen hasta el subsuelo de la cama, hasta los
intersticios de la frazada y ahí me increpan, con el arma más blanca que
existe, me asfixian con susurros en una lengua muerta pero zombie.
Si te dieras cuenta, Betty, que todo este andar es una
fachada, que este talante erguido, que este rappeo armónico tiemblan por la posibilidad
de disolverse como azúcar en la boca de cualquiera.
Si supieras, Betty. Correrías a los gritos, llorarías y
pedirías que me silencien y me maten, que me extingan y nunca más me nombren.
O tal vez no. Y eso arrancaría de nuevo este círculo hermoso
que me mantiene hablando para que no te caigas.
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