miércoles, 19 de marzo de 2014

CORREDOR NOCTURNO

de Bruno Mux

Los semáforos titilaban adornando las esquinas. El tren paso, dejando atrás su estela de cansada bestia, harto ya de rodar de un lado a otro.
Silbaba “Garua”… como un duende por las sombras, pero que ya ni la busca ni la nombra. Ahora solo la evocaba por costumbre, por respeto a aquellos sentimientos que rellenan la vida y desvían la mente del tedio cotidiano,  de una clase media baja con sueldo de lava copas, equipito de futbol, pequeñas borracheras y pocos amigos que crecen, como uno, y hacen sus vidas.
La mente viaja delante de nuestros pasos torpes y casi es visible por la vereda, cuando la niebla fría de la madrugada moldea las formas y lima sus ángulos, su solidez de materia acabada.
Acercándome a la esquina pude ver a un hombre que venía en dirección a mí. Tiritaba bajo la campera y caminaba entre la niebla, como contra su voluntad. No parecía peligroso, pero nunca supe fiarme de nadie. Por lo que empecé el juego. Adopte mi mejor cara de perro, hundí mis puños cerrados en los bolsillos y camine, firme y pesado. Entendía que de este modo todo mi ser expresaba una presa difícil o por lo menos resistente, para esos tipos que andan al vuelo de los distraídos, aunque sabía que de nada servía mi táctica, que era casi una cábala, frente a los que estaban jugados al todo o nada. Por lo demás, nunca me había fallado.
Estábamos bastante cerca del momento de la verdad, solo tenía que clavar los ojos furiosos en el horizonte, para mirarlo sin mirarlo. El hombre pasó junto a mí, dejando un cuerpo de distancia. Cuando se alejo unos diez pasos, gire la cabeza para vigilarlo, al mismo tiempo que el también lo hacía. Nos vimos claramente. Sus ojos volvieron rápidamente al camino que andaban, y yo, sintiéndome fuertemente incomodo, lo imite. Tuve un pequeño ataque de risa, al imaginar que los dos nos sentiríamos un poco estúpidos, aunque bastante satisfechos de que nuestras estrategias hayan funcionado.
La calle ahora era de tierra, angosta y cercada de casas, tan cerrada y atravesada por las luces que el camino, parecía más bien un pasillo de casa antigua. Quiero decir que las calles eran como corredores nocturnos de un hogar enorme, donde cada puerta, iluminada o no, era atravesada por la imaginación que inventaba bullicios, amores y asesinatos refugiados dentro de las cascaras durmientes de las piezas amontonadas.
Empecé a caminar más rápido, quería llegar. Cuando por la esquina una sombra se volcó sobre mí con toda su velocidad, desparramándome sobre el piso. Me miro, con el gesto dislocado.
“¡Corre!”, me grito y salió disparado sin mirar atrás.
No podía reaccionar, a causa del miedo o el asombro. Lo vi atravesando los haces de luz hasta desaparecer en la noche y no pude mover un dedo, hasta que volví la mirada por donde vino el tipo. Se acercaban a toda velocidad tres o cuatro sombras. Y recordé el consejo: ¡corre!
De alguna forma lo estaba haciendo, fue como salir de mi cuerpo y en un momento volver a entrar y preguntarme ¿por qué huía? ¿Qué tenía yo que ver con lo que haya hecho el otro? Nada, todo esto se aclara con un par de explicaciones. Pero cuando me di vuelta, comprendí que ya era bastante tarde, ya que dos hombres corrían furiosamente hacia mí.
Y otra vez… correr, no importaba donde, pique largo y la pelota en el horizonte siempre, inalcanzable. Me sentía a cinco centímetros del suelo, y sin embargo no dejaba de pensar, pensar en círculos sin objetivo, pensar corriendo siempre adelante. ¿Quiénes eran? ¿Qué me harán? Todo se precipitaba en mi mente preguntas sin respuestas, escapes delirantes y la autocompasión narcisista del fracasado. El espacio ya no me parecía familiar, tenía que aceptarlo, estaba perdido.

Por fin pude descansar unos segundos escondido abajo de una camioneta. Entonces, me traspaso la idea impura y delirante de estar corriendo así por años, sin que se acabe la noche. Y también la cruel estrategia de salvar el pellejo, encontrando a un caminante distraído como yo,  para golpearlo con todo mi cuerpo y gritarle: ¡Corre! Para que lo confundan conmigo o con el otro, para poder descansar de una vez. Aunque también sabía que podía no engañarlos, y yo, él y los otros, terminaríamos corriendo y haciendo correr, durante toda la noche.

No hay comentarios:

Publicar un comentario