de José Lombardo
Giró siete veces a la izquierda y así lo hizo el resto. Giró
siete veces a la derecha y los otros lo imitaron. Miró arriba y abajo siete
veces, encontrando siempre su mirada con la de los demás. Cada detalle, cada
imperfección, cada dedo, cada pelo, cada gesto y cada mueca eran reproducidos
con extrema precisión.
Se vio
rodeado de sus vacías réplicas, que copiaban sus movimientos, su pestañeo y su
respirar. Se acercó a uno de sus tantos otros yo y quiso hablar, pero solo
abrió y cerró la boca. No podía expresarse, no podía opinar, no podía maldecir,
no podía hacer una carcajada, no podía suspirar, no podía ser escuchado y no
podía callar.
Qué lástima
que los reflejos no tengan voz.
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