de José Lombardo
Siento el frío acero pasando cerca de mi oreja, pero me
mantengo firme en mi posición. Las cuchillas afiladas como dientes vibrando
sobre mi cuello me estremecen. La navaja pasa rasante y las tijeras muerden
veloces, desafiando mi integridad. Un viento huracanado y caliente azota mis
ojos, pero este no logra desconcentrarme. Finalizando la proeza, un polvo
blanco como la nieve golpea mi rostro. Mi enemigo termina satisfecho con su
labor y yo estoy agradecido de haber sobrevivido otra vez.
Salgo por la puerta que entré, sabiendo que en el mes
próximo tendré que volver a cortarme el pelo.
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