sábado, 28 de junio de 2014

DRAGÓN

de Nestor Asprea 

Hoy suena Lou Reed en casa.
            Gracias a Luca, lo conocí.
            La guitarra invade todo, lenta persistente, ambigua. Con esa voz gangrenosa, que también es una alfombra voladora, Lou canta.


            Salgo a ver el cielo y la noche. ¿Serán las once, las 12 o la una? No hay relojes cerca así que no sé. Un cardumen de mosquitos me aborda y rodea. Vuelvo a entrar en busca de repelente, espantando mosquitos, cruzando mis brazos en el aire, palmeandome el cuerpo. Me pongo el dichoso repelente.
            Vuelvo a estar afuera y me asomo al cielo. ¡Un dragón!
            El más grande que yo haya visto jamás. Voy hacia una parte más abierta para ver la cúpula oscura con más amplitud. No puedo abarcar todo el cuerpo del dragón de una sola mirada. La luz de la ciudad lo ilumina. Algo más alto que el horizonte, veo la parte inferior de su cabeza, sus mandíbulas proyectadas hacia adelante. Se mueve hacia mí. Va a pasar sobre mi cabeza, sobre mi casa.
Ahora, sus patas y su vientre están sobre mí, flanqueado por alas enormes. Su cola se pone en el otro extremo del horizonte. Se mueve, desde acá bajo parece lento. Allá arriba, ¿quién sabe?. Como todo ser que no existe ni nunca existió, a veces se torna traslúcido y otras se vuelve opaco. La luz de la luna lo atraviesa y denota su andar.
Veo su vientre alejarse, me dejo hipnotizar por sus alas escamadas y su cabeza que se zambulle lenta en un horizonte que nunca alcanza.
Por último, su cola, inmensa y afilada, está sobre mí y se desliza lenta. Lo miro hasta que se transforma en una mancha borrosa apiñada allá en el límite. Un ser sabio y peligroso.


Regreso a casa.
            Lou sigue tocando.


No hay comentarios:

Publicar un comentario