sábado, 28 de junio de 2014

SETENTA MOSCAS

de Néstor Asprea

       Mi padre me lo agradeció, me dijo que el orden y la limpieza eran importantes, que la pulcritud y hacer lo que se debe es importante.
       Orgulloso de mí mismo tiré a la basura las setenta moscas que había matado con mi agilidad y un repasador.
       Ese momento de mi infancia quedó cincelado en mi memoria y marcó muchos actos y decisiones que tomé en mi vida.
       Hoy puedo decir que hago mi trabajo de manera ordenada, con limpieza y pulcritud. Pero sobre todo que hago lo que se debe hacer. En México encontré el lugar ideal para mi desarrollo personal, si me hubiera quedado en el sur en esta época me hubiera muerto de hambre. Años atrás tal vez no, no lo sé. Pero ahora, en México me va estupendo, me sobra el trabajo, vivo como quiero, se podría decir que estoy realizado. Y todavía queda mucho por hacer, así que estoy instalado definitivamente acá, sabiendo que en cualquier momento me llaman para encargarme una tarea. El jefe me trata bien, eso me gusta.
       Sé pulcro, me decía mi padre y le hice caso. Todas mis herramientas las mantengo limpias y en perfecto estado y de a poco voy invirtiendo en más y mejores. Así, me mantengo actualizado y manejo el concepto de que cada herramienta sirve para una función diferente y específica.
       Desde que asumió este presidente son diez mil por año. ¡Diez mil! ¿Se imaginan toda la tarea que hay? En este rubro, el presidente es un capo generando puestos de trabajo.
       No me gusta mezclar el trabajo con la vida hogareña, por eso guardo todas las herramientas en mi depósito. Las tengo perfectamente ordenadas y son de las más variadas: fusiles ametralladoras, (mi preferido es un AK-47 que paradójicamente era el símbolo de la lucha por la liberación), rifles de precisión con miras telescópicas, revólveres, pistolas, cuchillos, sables, una bazooka, granadas, motosierras, de todo un poco, además de bolsas negras.
       Hago toda mi tarea de acuerdo a las instrucciones que me dan. Presto perfecta atención a esas indicaciones y las ejecuto del mismo modo. Soy muy preciso pero sobre todo, trabajo manteniendo el orden y la pulcritud.      
       Si hay que descuartizar me encargo personalmente: por un lado las cabezas, manos y pies, que generalmente las retiramos del lugar en bolsas. Por otro lado dejo los demás restos que quedan en el lugar en una escena que parece caótica pero no lo es. Sin falsa modestia, me considero un artista. Thomas De Quincey estaría de acuerdo.
       Si hay que colgar yo me encargo del lugar y del orden de los cuerpos. Si hay que matar, simplemente me encargo que los cadáveres queden en una perfecta disposición, cuando ato, uso sólo nudos marineros.
       Ahora me voy porque tengo un trabajo que hacer.  


       Una llamada anónima dio alertó a la policía. Cuando el comando policial llegó al sitio, un lugar apartado en las afueras de la ciudad, se encontró con siete cadáveres perfectamente alineados, atados por sus extremidades, dispuestos de tal forma que formaban una composición asimétrica y armónica, y cada uno con un tiro de gracia en la cabeza.
       -Atención, dijo el sargento Hidalgo por la radio, llegamos al lugar y encontramos siete muertos.
            Del otro lado del handy le preguntaron:
            -¿Alguien vivo, algún rastro, alguna pista?
             -Nada, no vuela ni una mosca.



















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