de José Lombardo
El gran
arqueólogo Franz Shawman desenterró otra pieza del sitio de excavación, que
parecía ser otro cráneo más. Lo limpio con mucha cautela con su cepillo y
comenzó a observarlo detenidamente a la luz del intenso sol del desierto. Notó
la desconcertante forma que tenía, casi hasta familiar. Sintió el impulso de
tocarlo y analizar toda la superficie del casco óseo, mientras con la otra mano
recorría su propio rostro. La posición y tamaño, los pómulos, la frente eran
totalmente idénticos él, incluso tenía el colmillo superior derecho ligeramente
partido al igual que el suyo. Giró la aterradora calavera y notó una marca en
la parte trasera de la misma. El arqueólogo palideció al ver el nombre Franz
Shawman, tallado en el endemoniado cráneo.
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