sábado, 29 de marzo de 2014

LA CAÍDA DE PLUTO

de Damián Cametho

“Papé Satán, Papé Satán, aleppe!”

Los puedo ver desde donde estoy.  Me siento en mi sillón de cuero de cara al gran ventanal, y puedo verlos. Sé que ellos están condenados y que deben odiarme, quizás porque yo soy aquel que les asigna esos enormes pesos que empujan, esos pesos que son tan grandes como los pecados que los trajeron hasta aquí. Soy esa cara visible que, aunque quisieran, ellos jamás podrían verla detrás de este vidrio espejado que les da la ilusión de que son el doble de cantidad de personas, caminando en el mismo espacio circular. Ya ni recuerdo cuándo fue la última vez que uno de ellos me miró. ¿Fue ayer?, ¿Fue hace un siglo? ¿Alguna vez uno de ellos me miró?

Afortunadamente no tengo que concentrarme mucho. Sólo tengo que mirarlos cada tanto, y por suerte el teléfono suena bastante seguido. Un mayor número de llamadas significa más papeleo, más papeleo, equivale a más condenados, y la esperanza de quizás obtener un ascenso. Hay veces que simplemente me gustaría que el Gerente me llame para felicitarme, para entregarme alguna distinción por los años de servicio leal. Ya no recuerdo ni cuándo empecé a trabajar en este círculo. ¿Fue ayer?, ¿Fue hace un siglo?, ¿qué hacía antes de esto?

Cada vez son más y el lugar les queda chico. Los choques entre aquellos condenados con sus ficticios dobles en el lado espejado del gran ventanal, se dan cada vez con más frecuencia. Creo que el Gerente está dándome más trabajo porque quiere  que le muestre mi valía. Quiere que le muestre nuevamente a aquel ser capaz al que le asignó esta oficina y en su benevolencia, le regaló este sillón de cuero. Pero ya ni recuerdo cuándo es que me dio este trabajo. ¿Fue ayer? , ¿Fue hace un siglo?, ¿Qué hice para obtener este trabajo?

Día de la reunión anual de los Jefes de Círculo. Finalmente puedo presumir mis logros al administrar el triple de condenados que cualquiera de los otros , el índice de codiciosos que entraron este año seguro me hace ganar ese tan preciado ascenso. Ya estoy saboreándolo, ya quiero echárselo en cara a aquellos de Traición o Lujuria, que se creen los más importantes. Seguro que el Gerente me dará algún otro mueble nuevo, alguna otra concesión. Aunque sinceramente ya no me acuerdo cuándo fue que me dio el primer sillón de cuero. ¿Fue ayer?, ¿Fue hace un siglo?, ¿Acaso no estaba cuando yo entré por primera vez a la oficina?

Es indignante! Por desear un ascenso me asignaron tareas de campo en la planta circular. Me paso las tardes caminando entre ellos, con el poco espacio que hay, y teniendo que soportar  siempre las mismas preguntas de unos a otros “¿Por qué agarras?”; “¿Por qué tiras?”. No entiendo esta medida de la cúpula gerencial, pero estar en contacto con éstos hace que en mi se despierte cierta curiosidad acerca de qué es lo que los trajo acá. Y a pesar de todo, ellos no parecen reconocerme. Quizás no es tan mala idea dejar el sillón un rato. Aunque realmente no recuerdo cuándo fue la última vez que pasé un día entero viéndolos detrás del gran ventanal. ¿Fue ayer?, ¿Fue hace un siglo? ¿Dónde está el gran ventanal desde donde los miraba?

El espacio es cada vez más pequeño, tengo miedo de que ellos me confundan con uno de los suyos.  Aunque más indignante que eso es ver a los del otro lado, aquellos que puedo ver un poco más allá de la multitud en la que me quedé caminando; esos condenados hablando de derrochar sus miserables posesiones, entre las que están esas grandes piedras doradas que cada uno empuja. Patéticos seres que se repiten a si mismos en un acto inútil y cansador. El peso que me asignaron para custodiar  al empezar a hacer estas recorridas  es al menos dos veces del tamaño de cualquiera de las que hay en este círculo y no tiene sentido moverla. Aunque no recuerdo cuándo fue que me dieron esta piedra. ¿Fue ayer?, ¿Fue hace un siglo? ¿Debería moverlo para que no se atrevan a quitármelo? 

Este peso es enorme, ya casi no soporto la tarea que me impuse de moverlo; pero no puedo permitir que algún condenado vulgar me lo quite, sino el Gerente no volverá a ascenderme jamás. Puedo ver en sus sufridos ojos que desean mi carga  más que a nada en el mundo, que no se compara y que jamás van a estar a mi nivel. Esta piedra gigante es todo lo que soy hoy, y no estoy dispuesto a compartirla con nadie, esta piedra es mi trabajo, mis glorias pasadas, mis ascensos, mi sillón de cuero. Pero  ya no recuerdo cuándo fue que tuve un sillón de cuero. ¿Fue ayer?, ¿Fue hace un siglo? ¿Quién fue el que me dio esta piedra, en primer lugar?


Las caminatas  son eternas y extenuantes, pero hoy encontré algo curioso. Otra persona tenía la misma piedra que yo. Mi sorpresa al verlo era inigualable, al punto que admiraba y odiaba a esa persona que estaba enfrente mío, imitando mi pose, casi de modo burlón, pero sabía que estaba del lado de los que no acumularon méritos suficientes, él era de esos que se dedicaba a desperdiciar los méritos acumulados por otros. Di dos pasos hacia él, pero como no parecía intimidarse con mi bestial figura, sino que también avanzaba hacia mí opté por tomar una distancia prudencial, como para que pueda escucharme,  le pregunté acerca del motivo por el cual pasó su vida entera desperdiciando sus bienes, tirándolos sin sentido, pero en lugar de una respuesta, este ser nefasto me lanzó otra pregunta, me preguntó por qué yo me dedicaba a acumular todos los méritos, a agarrarlos y aferrarme a ellos. Ese insensato merece una lección, pero hoy yo no soy una persona violenta, así que di media vuelta (no sin antes notar que él hizo lo mismo) y comencé nuevamente a empujar la piedra. Pero no recuerdo cuándo había visto a ese hombre en el pasado. ¿Fue ayer?, ¿Fue hace un siglo? O quizás ese encuentro lo hemos estado teniendo por toda la eternidad desde que alguien reformó el infierno.

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