de Daniel Schechtel
Martina se despertó con un ruidito. O no. Se despertó. El ruido era como
ese ruidito que todos ustedes alguna vez oyeron durante la noche. Es un sonido
indescriptible porque también es insondable, al menos en principio. El ruido se
repitió. Martina paró la oreja y esperó. Si se repetía se había decidido
asustarse. Y se repitió una tercera vez así que Martina, que era cumplidora, se
asustó. Se incorporó levemente en la cama para prestar ambos oídos al ruidito.
Podría haber sido cualquier cosa: un mosquito zumbando, el golpe contra la
alfombra de uno de esos bichos aterradoramente grandes que uno encuentra en el
peor momento y lugar, el chasquido de una ramita, el rozar de la hojarasca
sobre el asfalto allá afuera. Martina no sabía si el sonido provenía de afuera
o de adentro. Era de esos ruidos que uno no está seguro siquiera si se produjo
o si uno se lo ha imaginado, porque suena como omnipresente, con un reverberar
que no termina de decirte si está en tu mente o ahí afuera, por ahí, como
cuando querés que suene el celular con el mensajito de alguien y escuchamos el
ringtone a cada rato, y ya no sabés cuándo suena y cuándo es tu imaginación.
Martina se concentró e intentó no moverse, para no opacar el sonido. Y el
sonido no volvía y Martina, paradójicamente, más se desesperaba. Había llegado
al punto en el cual ya no estamos tranquilos con nada, porque si el ruidito no
se repite más, pensamos que no lo hace porque estamos atentos a él, y empezamos
a pensar que capaz es alguien o algo que se movía mientras dormíamos y que una
vez que nos vio despiertos se quedo expectante, inmóvil. Y si el ruidito se
repite nos sigue carcomiendo la ansiedad y la incertidumbre de no tener la más
remota idea de de dónde proviene. Qué curiosos que somos, que si no tenemos la
respuesta no nos quedamos tranquilos. Pero más vale que algunos dicen "bah
la persiana esta que hace unos chasquidos con el vientito" y otros
"seguro es un bichito que anda saltando por ahí" y no falta el que
dice "qué me importa si es un ladrón, si me roba que me robe, yo quiero
dormir". Ahora que lo pienso estamos ante posiciones filosóficas gnoseológicas
interesantes. O explicamos el fenómeno con nuestra creencia, o lo ignoramos o
buscamos la manera de descubrir de dónde viene. Lo primero se llamaría
dogmatismo o algo semejante, lo segundo una especie de escepticismo o nihilismo
quizá, y lo último es la postura científica positivista o iluminista o algo de
eso. A Martina no le gusta la filosofía así que llamó al 911. Avisó que había ruidos
raros en la casa y que fuera alguien. Lo que más la aterró fue que mientras
hablaba con el agente de policía el ruidito se volvió a repetir, casi como
advirtiéndola.
Yo les voy a contar un secreto: esos ruiditos que escuchamos de noche no
están ahí. Son de nuestra cabecita y nos sirven como excusa para poder hablar
con alguien más. Porque los escuchamos cuando estamos solos. Porque dudamos cuando estamos solos. Entonces
podemos correr a la otra habitación y compartir la cama con nuestro hermanito o
hermanita, o llamar a mamá… o a papá, para encontrar en su voz una desgrabación
de infancia añorada, o llamarlo a él, a ella, y sentirse un poco tonto y un
mucho querida. O incluso llamar al tío, al primo, a la cuñada, a la vecina, al
compañero, a los abuelos (a los dos porque si no uno de los dos siempre se
enoja), a las amigas, a la suegra, a la policía, a los bomberos, al intendente…
bueno, por ahí a la suegra no. Podemos, porque ese ruidito nos da la licencia.
Después sí, encontramos una explicación que ni nos interesa: la cortina, la puerta
que cruje, el calefactor, terminamos matando un mosquito que no tiene nada que
ver, y bueno.
Por eso, mientras tengamos quién nos dé unas palabritas de aliento,
mejor sigamos oyendo ese ruidito infantil.
Ah, y lo de Martina al final fue un secuestro de dos días, pero ya está
todo bien, ella está a salvo.
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