viernes, 18 de abril de 2014

EL RUIDITO

de Daniel Schechtel

Martina se despertó con un ruidito. O no. Se despertó. El ruido era como ese ruidito que todos ustedes alguna vez oyeron durante la noche. Es un sonido indescriptible porque también es insondable, al menos en principio. El ruido se repitió. Martina paró la oreja y esperó. Si se repetía se había decidido asustarse. Y se repitió una tercera vez así que Martina, que era cumplidora, se asustó. Se incorporó levemente en la cama para prestar ambos oídos al ruidito. Podría haber sido cualquier cosa: un mosquito zumbando, el golpe contra la alfombra de uno de esos bichos aterradoramente grandes que uno encuentra en el peor momento y lugar, el chasquido de una ramita, el rozar de la hojarasca sobre el asfalto allá afuera. Martina no sabía si el sonido provenía de afuera o de adentro. Era de esos ruidos que uno no está seguro siquiera si se produjo o si uno se lo ha imaginado, porque suena como omnipresente, con un reverberar que no termina de decirte si está en tu mente o ahí afuera, por ahí, como cuando querés que suene el celular con el mensajito de alguien y escuchamos el ringtone a cada rato, y ya no sabés cuándo suena y cuándo es tu imaginación. Martina se concentró e intentó no moverse, para no opacar el sonido. Y el sonido no volvía y Martina, paradójicamente, más se desesperaba. Había llegado al punto en el cual ya no estamos tranquilos con nada, porque si el ruidito no se repite más, pensamos que no lo hace porque estamos atentos a él, y empezamos a pensar que capaz es alguien o algo que se movía mientras dormíamos y que una vez que nos vio despiertos se quedo expectante, inmóvil. Y si el ruidito se repite nos sigue carcomiendo la ansiedad y la incertidumbre de no tener la más remota idea de de dónde proviene. Qué curiosos que somos, que si no tenemos la respuesta no nos quedamos tranquilos. Pero más vale que algunos dicen "bah la persiana esta que hace unos chasquidos con el vientito" y otros "seguro es un bichito que anda saltando por ahí" y no falta el que dice "qué me importa si es un ladrón, si me roba que me robe, yo quiero dormir". Ahora que lo pienso estamos ante posiciones filosóficas gnoseológicas interesantes. O explicamos el fenómeno con nuestra creencia, o lo ignoramos o buscamos la manera de descubrir de dónde viene. Lo primero se llamaría dogmatismo o algo semejante, lo segundo una especie de escepticismo o nihilismo quizá, y lo último es la postura científica positivista o iluminista o algo de eso. A Martina no le gusta la filosofía así que llamó al 911. Avisó que había ruidos raros en la casa y que fuera alguien. Lo que más la aterró fue que mientras hablaba con el agente de policía el ruidito se volvió a repetir, casi como advirtiéndola.
Yo les voy a contar un secreto: esos ruiditos que escuchamos de noche no están ahí. Son de nuestra cabecita y nos sirven como excusa para poder hablar con alguien más. Porque los escuchamos cuando estamos solos. Porque dudamos cuando estamos solos. Entonces podemos correr a la otra habitación y compartir la cama con nuestro hermanito o hermanita, o llamar a mamá… o a papá, para encontrar en su voz una desgrabación de infancia añorada, o llamarlo a él, a ella, y sentirse un poco tonto y un mucho querida. O incluso llamar al tío, al primo, a la cuñada, a la vecina, al compañero, a los abuelos (a los dos porque si no uno de los dos siempre se enoja), a las amigas, a la suegra, a la policía, a los bomberos, al intendente… bueno, por ahí a la suegra no. Podemos, porque ese ruidito nos da la licencia. Después sí, encontramos una explicación que ni nos interesa: la cortina, la puerta que cruje, el calefactor, terminamos matando un mosquito que no tiene nada que ver, y bueno.
Por eso, mientras tengamos quién nos dé unas palabritas de aliento, mejor sigamos oyendo ese ruidito infantil.

Ah, y lo de Martina al final fue un secuestro de dos días, pero ya está todo bien, ella está a salvo.

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