de Roxana D´Auro
Hoy entró un
ladrón a la escuela.
No entró a
robar. Entró para protegerse.
La escuela como
un territorio neutral, como un Campo Santo.
La escuela como
un espacio donde rigen reglas ya
extintas en otras partes.
Del respeto.
De la igualdad.
Todavía un
bastión de la utopía.
La escuela como
un zombie maltrecho y despedazado con
pedazos de carne carroñada pero al
cual se le puede adivinar cierta belleza.
¿Es esto una
crónica policial? ¿Un borrador de un ensayo filosófico? o… ¿un discernir
catárquico de la memoria, de mi vida en la escuela?
Ocho de la mañana. Combis naranjas. Besos. Despedidas.
Viandas apuradas en los bolsillos a medio descoser.
Cerca, una
plaza, una corrida, una riñonera arrebatada,
tirada al suelo, del suelo las piedras levantadas, los palos, las ramas.
Un hilo de
sangre marca el camino, de la plaza a la
escuela.
El ladrón como
un pac man buscando el refugio
secreto donde los fantasmas aunque estén mirando no lo encontrarán.
Fantasmitas
azules de bocas abiertas gritando, blasfemando , a punto de devorarse,
comerse al pac man , tragarlo, masticarlo, destrozarlo como una jauría salvaje.
Y el ladrón pac man dijo: ¡Casa! Como cuando jugaba a la mancha, como cuando
jugaba en Sacoa. “Para engañar
mejor a los fantasmas hay que girar a un lado y luego al contrario rápidamente”
decían los instructivos, llegar a la base, estar a salvo, es tan fácil entrar
en la escuela. Siempre de puertas abiertas.
Adentro los niños, y el ladrón.
Afuera la jauría, la justicia.
Pienso en el ladrón, en qué parte de su memoria quedó grabado como un sello, un ícono a fuego
aquello de la escuela inclusiva, que protege, que contiene. Tal vez en un
arrebato inconsciente se refugió en lo
que para su niñez, su infancia o inclusive su adolescencia fue su refugio, su casa, más que su propia casa.
Si la seño de turno estaba ahí en la puerta con los brazos
abiertos y la sonrisa de todos los tiempos.
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