de Diego Towers
Muchas veces mis
papás se deleitan contando una de sus anécdotas favoritas de cuando vivíamos en
Italia, donde nací y viví hasta los cinco años. La anécdota es así: Resulta que
cuando yo era chiquito, además de chiquito, era charlatán. Y hablabla mucho y
más. Sin embargo, a la mayoría de las palabras las decía con algunos errores y
particularmente "farfalla" (mariposa en italiano) era una de mis
favoritas. Mis papás me pedían que diga en perfecto italiano
"Farfalla". Con mi mejor sonrisa repetía: Fafalla! (sin la odiada r).
Entonces mis padres volvían a la carga y decian: "No Dieguito, no se dice
fafalla, se dice Farrrrfalla" haciendo mucho incapié en la r. Entonces yo,
en un esfuerzo rotundo de pronunciación les hacia caso y con mis hermosos rulos
adelante de mis cachetes decía sin cuidado y practicando un hermoso spray de
baba: "Faffffffffffffaalaa".
Mis papás pueden
estar hablando horas y horas de mis primeros cinco años en Italia. De aquella
vez cuando me metí adentro del horno a comer los fideos, de cuando me cai de la
sillita y me cosieron la nariz, de cuando me puse a ayudar a mi papá a lijar la
puerta de un auto recién recién pintada, del fucile, ...
De mis primeros
cinco años yo no hablo. Claro, no siempre es fácil explicar qué te acordás de
cuando sos tan chiquito. Cuáles de esas cosas son verdaderos recuerdos y cuáles
se deben a cosas que te contaron tus papás. Tampoco sabés si no se te mezclan
con las fotos que viste durante tantos años después. Que se yo... es tan raro
todo eso.
De mis primeros
cinco años tengo cosas. Muchas. Tengo el olor a las aceitunas. Tengo corridas
en el pasillo de mi primera casa. Tengo las ganas de abrir los huevos de
pascuas antes del domingo. Tengo el miedo de jugar al cuarto oscuro en la
segunda casa donde vivimos. Tengo la alegría de subirme a la silla del comedor
y cantar las canciones que me sabia a medias: eso era hacer la recita. Tengo el
placer de saborear las cerezas recién arrancadas o comer las arvejas de la
planta. Tengo el vértigo por mirar el río al lado del convento de San Francesco
di Paola. Tengo el frío de mojarme los pies en la orilla del mar, justito donde
desembocaba el fiumefreddo. Tengo muchas cosas de mis primeros cinco años.
De mis primeros
cinco años tengo ganas. Muchas también. De volver a sentir ese aire en la
montaña. De bajar por los senderos que separan una calle arriba de otra. De ver
mi primer casa donde me golpeé la cabeza jugando en el pasillo, donde armamos
la pista de autitos, donde estaba la estufa a hogar. De ir a la segunda casa,
abajo de la iglesia de Don Sergio, donde quería arreglar la bicicleta, donde
jugaba con mi camión. De volver al jardín de infantes donde me corte la cara.
De ver la escalera por donde tiraba el triciclo para ir a jugar al lado de mi
papá. De estar en la puerta del taller de mi viejo. De entrar en la casa de mis
bisabuelos. De comprar algo en lo de Santino.
De volver tengo
la alegría. La alegría de volver después de 25 años. Y cuando la alegría es tan
grande sobre algo tan importante primero viene la emoción. Pero de las lindas,
las que dan ganas de compartir y no sabes como. En Junio vuelvo a mi querido
pueblo, el de las cerezas, el de los olores, el de los primeros pasos, el de
los recuerdos y anécdotas. En Junio vuelvo a Italia, vuelvo a San Biase.
Vuelvo por un
rato nomás. A terminar de traerme ese cachito de vida que anda por ahí dando
vueltas.
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