de Roxana D’Auro
Cuando portamos sólo el cuerpo, cuando no somos
dueños de otra cosa más que de nosotros mismos, ahí , el cuerpo es nuestra
carta de presentación. Por la necesidad de
ser identificados, reconocidos.
El cuerpo como un mapa que nos describe, que
permite marcar el camino de nuestro recorrido.
El cuerpo con huellas.
El recuerdo como un daguerrotipo sobre la carne.
¿Por qué no queda grabada sobre la piel la caricia,
el abrazo? ¿Cómo es que no se ven modificados los labios por los besos? En
cambio el golpe deja el moretón, el rasguño, la herida, la cicatriz, la llaga,
la ampolla, la cáscara, la escara. Concentran las magulladuras el llanto reprimido y se pudren las lágrimas ahogadas adentro de
un grito.
Hoy me presenté en una nueva escuela
Cuando hago esto sólo digo mi nombre y trato de pasar lo más inadvertida posible dentro de la cruel vulnerabilidad a la que se enfrenta el profesor sólo frente
al grupo que lo acecha por debajo de las
gorritas, por detrás de los celulares. Una banda de encapuchados que sospechan
del adulto. Y yo, pensando cómo
invisibilizarme .
Uno de mis nuevos alumnos se acercó a presentarse. No dijo su
nombre
Arrancó:
Mirá profe acá en la frente tengo un serruchazo . Mi
viejo tiró el serrucho a la mierda y me lo dio.
Y acá en el ojo me clavé un fierro, ¿ves? ¿ves?
Me clavé otro acá en la planta del pie, andando
descalzo con los guachos .
Y acá en la pierna
me quemé con el caño de escape de la moto, ando igual ahora, eh! ,ando
igual.
En la cabeza si te fijás bien se ve la cicatriz
, me pegó con un palo el gato del Yoni, ¿te acordas vos Kevin?
Dicho esto se sentó.
Sentí que fue honesto conmigo, que en realidad ésas eran sus
cartas de presentación.
No hizo nada en toda la clase y yo, debo confesar que me sentí…bastante…inútil.
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