de Facundo Martínez
Alegría
de darme cuenta, quizás algo de desilusión, de aburrimiento, de pena, pero no
de tristeza.
Leer lo que escribí antes de conocerte, cuando
estaba en el aire, en caída libre, y sentir que es perfectamente aplicable a
esto de volver a llevarme el piso puesto, un poco cortarme con el pasto y otro
poco disfrutar de la tierra mojada.
Tenes razón, no se trata de saltar y lamentar
no tener(te) paracaídas.
Esto es bastante parecido a tener fiebre, días
de cama, quizás algún delirio, suspiros de no estar bien y suspiros de creer
que tratar de repararnos es sano (¿ya mencione los delirios?).
Tiene
algo de aburrido todo esto, sí, pero hay que aliviarse de que sea así.
Fue
algo único, un carácter irrepetible que cubría los rincones entre tu cuello y
mi boca, inventarnos un idioma para que yo escuche "Te quiero" cuando
vos solo pedías que programe el despertador media hora más tarde de lo
acostumbrado. Estoy hablando de esa lluvia que servía de excusa para pasar otra
noche juntos, de la película que tardamos una semana en terminar porque se
llenaba de tiempos intermedios patrocinados por nuestros cuerpos, de mi bufanda
en tu cuello y mi frio desapareciendo con la presencia de tus besos. Todo eso
hizo que fuera único, el amor que mantuvo el equilibrio por un buen tiempo. No
hay nada remotamente parecido a todo eso, ni pretendo encontrarlo.
Ahora hay algo más, algo con pena, algo que no
es triste pero aburre. Esto de no hablarte y que no me hables, de pensarte y
que me pienses, de empezar un simulacro de no existencia mutua, de terminar
nombrándonos todo el día. Esto ya lo hice con otras espaldas y vos con otros
brazos. Sabemos en que termina, caminar sobre la cuerda otra vez, haciendo
equilibrio, con otro paracaídas. Si, puede ser que en medio de eso vuelva a
prestarte mi bufanda o decida regalártela, pero el final es el mismo.
Un
desamor completamente repetitivo, al igual que todos.
Nada
que la fiebre no pueda igualar.
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