de Facundo Martínez
Vos
sos
el silencio necesario para escuchar todos los colchones que se hunden bajo dos
cuerpos.
Un
corazón dando vueltas en un frasco con formol, ahí, quieto y sin desintegrarse,
algo para ver y fingir conocimiento de las cosas que no se entienden a simple
vista.
La
garantía de que a nadie le importa dormirse sin girar mi almohada 4 veces. Una,
para distraerme, la segunda vuelta para asegurarme, en la tercera dudo de mi
memoria y la última para que ella (mi memoria) se ofenda y demuestre todo lo
que puede recordar, todo lo que vos, seguro, ya te olvidaste.
Un
doctorado en nostalgia, saber que disparar indirectas no es nada fácil, hay que
saber poner el propio cuerpo para desviar las palabras, siempre con el riesgo
de que se atoren en nuestra garganta (siempre con la certeza de que se astille
en los lagrimales).
Si
fuimos todo,
una
calle con dos carriles para el afecto que de a poco fue cerrando una de sus
vías por una reparación que nunca se llevó a cabo.
Si
nos volvimos invencibles agarrados de la mano mientras nos decapitamos a
besos.
Si
saltamos del precipicio haciendo el amor en el vacío, si nos enredamos en las
cuerdas de nuestros paracaídas.
Si
escribí todos los poemas posibles en tu espalda
¿Cómo
no darnos cuenta de que un libro solo puede quemarse por completo una vez?
Nosotros,
nosotros
ya no somos,
Vos,
Yo,
Poesía
no
somos.
Nosotros,
yo. Parte 3.
Una
casa a lo lejos, cerca, cerca y adentro de mis fronteras.
Pero
no era una casa propia, si por herencia, no por recuerdos.
Es
conociendo un lugar que conocemos, o se cree conocer,
que
uno desconoce si las puertas que abrimos antes todavía nos llevan al mismo
lugar.
La
casa tenía escaleras,
demasiadas
para contarlas,
demasiadas para volver a encontrarlas.
(Y
hay quien avanza un escalón más de lo debido)
¿Que
hacer de una casa semi vacía?
Llena
de cosas invisibles, sin materia, y una excepción a la regla.
¿Que
hacer si uno se pierde en sí mismo?
Yo
me llamo a gritos,
y hay dos que me responden.
Hay
dos que me buscan a gritos,
y soy yo el que no responde.
¿Tengo
que correr?
¿Tengo
que esconderme?
Podría
encontrarlos primero, tomarlos por sorpresa.
Pero
es claro que ellos piensan lo mismo,
tomarme
por sorpresa, a mí y al otro que falte.
Es
una cuestión de tiempo, contrarreloj y contracorriente.
Dos
de Tres sorprendidos,
Uno
de tres eligiendo por el resto.
(...)
Fue
en una habitación, sin puertas, con dos escaleras como entrada.
Ahí
quise esconderme, ahí quise encontrarlos.
Un
placard, o no tanto,
un
ataúd, bastante ataúd.
Abrí
la tapa cuando ellos aparecieron en la habitación
(y nos
quedamos callados).
Estaba
ella,
la
piel besando los huesos,
el
cabello como enredaderas en sus ojos,
y
los labios agrietándose en relámpagos.
Que
horrible escuchar su voz,
que
paralizante su dejo de hablar.
"Estos
muertos son míos"
y
los tres dejamos de nombrarnos por un momento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario