de Pedro Larraya
Primer
canto: la niña
Allá lejos en un campo,
yo crecí entre tranqueras.
Para andar por las afueras,
cruzando aquellos pasajes
de árboles, sus follajes;
sin la traba las liberas.
Qué diversión yo tenía:
A ellas amaba subir.
Moverlas y así reír
como hamaca pendular.
De un lado a otro cabalgar
y otro día, repetir.
Con él era diferente,
no era lo que yo quisiera.
Hacía lo que dijera,
por papá era un deber.
Así yo lo llegué a ver:
el señor de las tranqueras.
A casa volvía tarde
y mamá me preguntaba.
Yo “con lo perros” estaba
y me ponía nerviosa.
Le decía cualquier cosa
porque abrirlas me costaba.
Ellas se burlaban de mí
con sus tablas de madera.
Viejas y pesadas eran,
no las podía empujar.
Menos la traba alcanzar,
sin querer que las abriera.
Con mi disfraz de princesa,
reinaba todo el lugar.
Hasta al los ojos cerrar,
yo sabía dónde estaban.
Es que a mí no me engañaban,
aunque me fuera a vendar.
Mi reino era imaginario
y sólo estaba de día.
Con miedo si oscurecía,
mamá se echaba a gritar.
Su costumbre era retar
mientras la cena se hacía.
Él llegaba entre ladridos
y se sentaba encorvado.
Comiendo con pan cortado
el queso, que sin mirar,
al perro le iba a tirar,
girando el vino en su mano.
“¿Qué boludez hicieron hoy?”
Rompió silencio arbitrario.
Su respuesta un inventario
de todos nuestros errores.
Sin mover los tenedores,
me escuchaba autoritario.
Si eran eucaliptos o no,
no hacían la diferencia.
Su lección así comienza,
mi historia se olvidaría.
Pero no me detenía
al ignorar su indecencia.
“Con Nacho en el bosquecito,
vimos una vaca echada.
Pensamos que muerta estaba,
una piedra le tiramos.
Se levantó para echarnos
y es que nunca se cansaba.
Nos mostraba los cuernitos,
no sabes qué rápido iba.
Es que estaba más que viva,
nos pudo haber alcanzado.
Una tranquera al costado
nos salvó ahí la vida.”
Mamá volvía a retar,
papá, ni un ruido siquiera.
Quería que algo dijera
con lo que había pasado.
Pero seguía alarmado:
“¿Vos cerraste la tranquera?”.
No podía recordarlo,
nada podía decir.
Pregunté si yo podía ir,
recibí un “no” tajante.
Un adiós en ese instante,
en vano me iba a dormir.
Al toparnos con tranqueras,
papá se me adelantaba.
Yo me quedaba callada
y transpiraban mis manos.
La traba, algo tan lejano,
cómo abrirla inspeccionaba.
“Yo debería ir a abrir”,
pensaba en la camioneta.
Me ponía tan inquieta
que papá me preguntaba.
Cuando de ahí me alejaba,
yo me sentía incompleta.
Segundo canto: la
señorita
Me adueñé de
las tranqueras
en una tarde
cualquiera.
Mucho frío
hacía afuera,
por la radio
se decía.
La estufa no
alcanzaría,
mamá pidió
por madera.
Una tranquera
pesada
nos
interrumpía el paso.
Esa que
causaba atraso
no servía
como hamaca.
El frío entonces
ataca,
¿ha llegado
la hora acaso?
Mi temblar y
el sudor frío
quería
esconder veloz.
Estábamos
sólo los dos,
él podría
darse cuenta.
Bajó en
cámara lenta
y me dijo:
“Abrila vos”.
El frío me
golpeaba,
castañeaban
mis dientes.
Mantuve manos
calientes
pero seguían
temblando.
En barro me
fui adentrando
hasta correr
impaciente.
Ahí miré para
atrás
y entonces a
papá lo vi.
Señas me
hizo, eso creí,
pero segura
no estaba.
Las luces me
encandilaban,
como agujas
las sentí.
De abrir, la
traba era simple,
sujeta a un
poste al costado.
Al sentir su
tacto helado,
la empecé a
levantar.
Me faltaba
comprobar
de empujar
hacia qué lado.
Los faroles
delanteros
una gran luz
proyectaban.
Sobre la
escena enfocaban
a mí y a
aquella tranquera.
Mi papá el
público era,
aunque ya ni
me miraba.
Tuve el
impulso a colgarme
de la madera
de abajo.
Pero aunque
hacerlo me atrajo,
esa vez fue
diferente.
Mantuve mis
pies conscientes
para hacer
aquel trabajo.
Papá fue a
buscar los troncos
cuando bocina
tocaba.
Mientras
algunos cargaba,
yo escuchaba
aquel motor.
Al terminar
su labor,
sostuve otra
vez la traba.
A la
tranquera miré:
La vi rota,
vieja y fea.
Fuego para
chimenea
podía su
madera ser.
Cuando había
que volver,
se me cruzó
esa idea:
Todo había
terminado,
pensé en ese
momento.
Las princesas
de aquel cuento,
las hamacas
pendulares.
Ya no más
esos lugares
en donde niña
me encuentro.
Volví a la
camioneta
de una rápida
manera.
De golpe tan
fácil era,
la cerré como
a otro tanto.
Una tranquera
en mi campo,
una tranquera
cualquiera.
Reversión/Mash-up del cuento “Tranqueras” de Agustina Gallardo.
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