martes, 26 de agosto de 2014

Tranqueras

                                                                                                          de Pedro Larraya

Primer canto: la niña



Allá lejos en un campo,
yo crecí entre tranqueras.
Para andar por las afueras,
cruzando aquellos pasajes
de árboles, sus follajes;
sin la traba las liberas.

Qué diversión yo tenía:
A ellas amaba subir.
Moverlas y así reír
como hamaca pendular.
De un lado a otro cabalgar
y otro día, repetir.

Con él era diferente,
no era lo que yo quisiera.
Hacía lo que dijera,
por papá era un deber.
Así yo lo llegué a ver:
el señor de las tranqueras.

A casa volvía tarde
y mamá me preguntaba.
Yo “con lo perros” estaba
y me ponía nerviosa.
Le decía cualquier cosa
porque abrirlas me costaba.

Ellas se burlaban de mí
con sus tablas de madera.
Viejas y pesadas eran,
no las podía empujar.
Menos la traba alcanzar,
sin querer que las abriera.

Con mi disfraz de princesa,
reinaba todo el lugar.
Hasta al los ojos cerrar,
yo sabía dónde estaban.
Es que a mí no me engañaban,
aunque me fuera a vendar.

Mi reino era imaginario
y sólo estaba de día.
Con miedo si oscurecía,
mamá se echaba a gritar.
Su costumbre era retar
mientras la cena se hacía.

Él llegaba entre ladridos
y se sentaba encorvado.
Comiendo con pan cortado
el queso, que sin mirar,
al perro le iba a tirar,
girando el vino en su mano.

“¿Qué boludez hicieron hoy?”
Rompió silencio arbitrario.
Su respuesta un inventario
de todos nuestros errores.
Sin mover los tenedores,
me escuchaba autoritario.

Si eran eucaliptos o no,
no hacían la diferencia.
Su lección así comienza,
mi historia se olvidaría.
Pero no me detenía
al ignorar su indecencia.

“Con Nacho en el bosquecito,
vimos una vaca echada.
Pensamos que muerta estaba,
una piedra le tiramos.
Se levantó para echarnos
y es que nunca se cansaba.

Nos mostraba los cuernitos,
no sabes qué rápido iba.
Es que estaba más que viva,
nos pudo haber alcanzado.
Una tranquera al costado
nos salvó ahí la vida.”

Mamá volvía a retar,
papá, ni un ruido siquiera.
Quería que algo dijera
con lo que había pasado.
Pero seguía alarmado:
“¿Vos cerraste la tranquera?”.

No podía recordarlo,
nada podía decir.
Pregunté si yo podía ir,
recibí un “no” tajante.
Un adiós en ese instante,
en vano me iba a dormir.

Al toparnos con tranqueras,
papá se me adelantaba.
Yo me quedaba callada
y transpiraban mis manos.
La traba, algo tan lejano,
cómo abrirla inspeccionaba.

“Yo debería ir a abrir”,
pensaba en la camioneta.
Me ponía tan inquieta
que papá me preguntaba.
Cuando de ahí me alejaba,
yo me sentía incompleta.





Segundo canto: la señorita



Me adueñé de las tranqueras
en una tarde cualquiera.
Mucho frío hacía afuera,
por la radio se decía.
La estufa no alcanzaría,
mamá pidió por madera.

Una tranquera pesada
nos interrumpía el paso.
Esa que causaba atraso
no servía como hamaca.
El frío entonces ataca,
¿ha llegado la hora acaso?

Mi temblar y el sudor frío
quería esconder veloz.
Estábamos sólo los dos,
él podría darse cuenta.
Bajó en cámara lenta
y me dijo: “Abrila vos”.

El frío me golpeaba,
castañeaban mis dientes.
Mantuve manos calientes
pero seguían temblando.
En barro me fui adentrando
hasta correr impaciente.

Ahí miré para atrás
y entonces a papá lo vi.
Señas me hizo, eso creí,
pero segura no estaba.
Las luces me encandilaban,
como agujas las sentí.

De abrir, la traba era simple,
sujeta a un poste al costado.
Al sentir su tacto helado,
la empecé a levantar.
Me faltaba comprobar
de empujar hacia qué lado.


 Los faroles delanteros
una gran luz proyectaban.
Sobre la escena enfocaban
a mí y a aquella tranquera.
Mi papá el público era,
aunque ya ni me miraba.

Tuve el impulso a colgarme
de la madera de abajo.
Pero aunque hacerlo me atrajo,
esa vez fue diferente.
Mantuve mis pies conscientes
para hacer aquel trabajo.

Papá fue a buscar los troncos
cuando bocina tocaba.
Mientras algunos cargaba,
yo escuchaba aquel motor.
Al terminar su labor,
sostuve otra vez la traba.

A la tranquera miré:
La vi rota, vieja y fea.
Fuego para chimenea
podía su madera ser.
Cuando había que volver,
se me cruzó esa idea:

Todo había terminado,
pensé en ese momento.
Las princesas de aquel cuento,
las hamacas pendulares.
Ya no más esos lugares
en donde niña me encuentro.

Volví a la camioneta
de una rápida manera.
De golpe tan fácil era,
la cerré como a otro tanto.
Una tranquera en mi campo,

una tranquera cualquiera.

Reversión/Mash-up del cuento “Tranqueras” de Agustina Gallardo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario